Ivette Sosa
Se llama Alberto de Jesús, tiene 46 años, pero parece veinte años mayor. Sus facciones son finas y su tez blanca, en sus brazos resaltan tres tatuajes: La Santa Muerte, la Virgen de Guadalupe y las siglas AJ. Odia que le digan Beto o Chuy, prefiere que le digan “El Master”.
Vive en la Ciudad de México pero es de Culiacán, Sinaloa. Narra que es el mayor de 8 hermanos, estudió hasta segundo año de primaria, pero su verdadera universidad fueron las calles de su tierra natal.
Luego, a los 11 años, decidió probar mundo y viajó por varias partes del país: Jalisco, Puebla, Hidalgo y Aguascalientes donde “no encontró jale”. Siendo un adolescente de 15, se asentó en la Ciudad de México.
“¡Qué bonita familia!”
De sus padres y hermanos ya no sabe nada, además ni le interesa saber de ellos. Sus progenitores nunca se preocuparon por él.
“Cada uno tenía hijos regados por todos lados, como si quisieran poblar el pinche mundo. Mi padre tenía varias mujeres y presumía de tener 20 bastardos. La neta, estaba rostro, le gustaba cantar y eso volvía locas a las ñoras”.
“Mi mamá se la pasaba embarazada y criando, y se negaba a dejar de tener hijos. Cuando mi papá nos dejó, regaló a cinco de mis hermanos y yo la vi, embarazada, dedicarse a la prostitución. ¡Qué bonita familia!”, dice con sarcasmo.
PEQUEÑOS ROBOS
-¿Cómo llegas a la delincuencia, al crimen organizado?
“Cuando naces en la basura, toda tu vida apesta, aunque seas un morro. El único futuro que ves es delinquir para tragar, para sobrevivir. Desde los cinco años entraba a la tienda o a la panadería a robar. Lo que fuera, un bolillo, una concha o una gelatina mal puesta”.
“Después me puse a vender chicles y a limpiar parabrisas en las avenidas. Ahí le entré al thiner, para no sentir hambre, pero me apendejaba cabrón”.
“Adolescente, empiezas a juntarte con la bandita y a organizar pequeños robos. Que a la ñora que va al mercado y descuida su monedero; que al wey que va en una calle solitaria con su bicicleta; o al pinche borracho, le bajas su cartera”.
“Cuando los polis te detectan, tienes dos opciones: aflojar pal chesco o moverte, porque de lo contrario, te están extorsionando y el día que no les das, te atoran”.
JALES CON MAYORES GANANCIAS
“Ya en la Ciudad de México, conocí a una chava de la Bondojo. Ella fue mi perdición. Estaba muy sabrosa, pero le gustaba mucho la coca. Así que me salía cara, por lo que los jales tenían que resultar con mayores ganancias. Obvio, con mayores riesgos”.
-¿Cómo llegas a mayores jales?
“El cabrón que nos vendía la droga me contactó con un wey que necesitaba quebrarse a su cuñado, que vivía en el sureste del país. Yo no había matado jamás, aunque sí había participado en putizas. Donde me daban o daba”.
-¿Mataste?
“¡Simón!, pero primero lo levantamos. El rollo es hacerlo una vez porque si pasas esa primer prueba, si puedes dormir sin sentir remordimiento, estás del otro lado”.
-¿Tuviste remordimiento?
“Un poco, pero las drogas van destruyendo no sólo tu cuerpo, también tu interior. La pìedra me envalentonaba, me excitaba matar, secuestrar, violar, robar. A más riesgo, más adrenalina, más placer”.
SANTA MUERTE Y AGUA BENDITA
-¿Todavía sientes ese placer?
“¡Sí!, pero ya no lo hago, tengo tres balas incrustadas en mi cuerpo, que no me las pudieron sacar. En un mal jale me metieron 15 balazos. Yo tuve la culpa, porque ese día me agarraron las prisas y ya no me bañé”.
-¿Te fue mal por no bañarte?
“Sí, son baños con agua bendita. Eso hacía un brother en Culiacán y yo lo hice por imitación. Pero después te das cuenta que sí funciona”.
-¿Es un ritual de los sicarios?
“Si quieres llamarlo así. Te bañas normal y, al final, le rezas a la Santa Muerte y te vas echando el agua bendita en el cuerpo, junto a las balas que vas a usar. Ese puto día no lo hice”.
-¿Te arrepientes?
“Extraño la excitación del jale, el peligro y olor de la muerte”, concluye “El Master” mientras cruza una de las tantas calles de la Ciudad de México para pedir fuego y encender su cigarro.